Suele decirse que en el cerebro adicto habitan entre tres y cinco personas o fuerzas.
Hay una con la voluntad secuestrada que solo busca el bienestar que le genera su adicción.
Otra, anticipa lo que eso le generará a corto y largo plazo: ansiedad, depresión, síndrome de abstinencia. Sus otros “yos” tienen la silueta de su soledad, el peso de la conciencia, la forma de la familia y la carga del miedo.
La presencia de todas esas voces no responde en absoluto al clásico perfil de alguien con una personalidad múltiple. Porque si hay algo que conviene saber sobre las adicciones es que éstas, fragmentan por completo la propia identidad, el pensamiento y la voluntad.
La adicción es como un ladrón que aguarda paciente en un rincón para invadir la propiedad de uno y desbaratar cada ápice y fragmento de nuestro cerebro, la mente y la dignidad.
“Me convencí de que por algún misterioso motivo yo era invulnerable y no me engancharía. Pero la adicción no negocia y poco a poco se fue extendiendo dentro de mí como la niebla”
A veces, ni las técnicas más afinadas de la terapia cognitivo-conductual logran hacer que ese ladrón dé la vuelta y desista. De ahí, que una estrategia más para reconducir un cerebro adicto sea también el enfoque médico y el farmacológico.
Sin embargo, no debemos equivocarnos. Los medicamentos alivian el síndrome de abstinencia y muchos efectos secundarios asociados, pero esas vías neuronales que generan la adicción, así como determinados hábitos de pensamiento y comportamiento no siempre responden a la primera a dichos tratamientos. Es un proceso largo y costoso que requiere de un enfoque multidimensional.
Esto hace que muchas personas con una adicción química o conductual se encuentren en auténticos callejones sin salida. En esas puertas giratorias donde salen y vuelven a entrar hasta que dan, efectivamente, con esa estrategia, enfoque o asistencia que a cada persona le funciona en base a sus características y necesidades.
Cuando hablamos de adicción es común visualizar de inmediato a alguien consumiendo opiáceos, alucinógenos o sustancias de diseño, como las anfetaminas. Se nos olvida, quizá, que la adicción tiene muchos rostros, muchas formas y comportamientos. Están los adictos a las compras, los que no pueden separarse de su teléfono móvil. Tenemos adictos al sexo, al deporte, al juego, a determinados alimentos.
Un adicto no es solo un alcohólico o alguien quien consume drogas duras o determinados fármacos. Se trata en esencia, de comportamientos no ajustados donde una persona genera una dependencia física y psicológica hacia una sustancia o hacia una determinada conducta.
A partir de aquí se abre sin duda todo un abanico de posibilidades donde el resultado siempre es el mismo: incapacidad para desenvolverse con normalidad en su vida, pérdida de la salud y sufrimiento.
¿Qué tienen en común todos los procesos de adicción?
Si nos preguntamos ahora si hay algún elemento común en todas las adicciones cabe decir que parece ser que sí.
En la Cuarta Conferencia Internacional sobre Adicciones Conductuales celebrada en Budapest el año pasado (2017) y promocionada por la revista médica Journal of Behavioral Addictions se concluyó con que ese denominador común en todos los casos es la compulsión.
Naomi Fineberg, psiquiatra y especialista en neurofarmacología de la University NHS Foundation Trust (HPFT) de Hertfordshire, Inglaterra, explicó que las personas con una adicción presentan un trastorno obsesivo compulsivo, además de una un baja flexibilidad cognitiva y metas personales limitadas o inexistentes.
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