Una persona inteligente no es una máquina que procesa datos.
La inteligencia humana se ejerce a partir del discernimiento y para desarrollar esa capacidad es necesario conocer, dudar, sentir curiosidad por lo desconocido y no dar todo por aprendido.
Tenemos el poder de esculpir nuestro cerebro. Esta frase de Santiago Ramón y Cajal está ahora mas vigente que nunca. Son nuestros pensamientos los que, en gran medida, han creado y crean nuestro mundo. En la actualidad, sabemos que la confianza en uno mismo, el entusiasmo y la ilusión tienen la capacidad de favorecer las funciones superiores del cerebro.
Según diversos estudios científicos, el cerebro es excepcionalmente plástico. Esto quiere decir que tiene la capacidad de cambiar en función de la experiencia, dependiendo de cómo y cuánto se use. Y además, esta cualidad no la perdemos, de ahí que podamos seguir aprendiendo toda la vida.
De hecho, cada vez que aprendemos algo, nuestra mente cambia. Por lo tanto, a través de la experiencia esculpimos nuestro cerebro.
Así, el cerebro coordina un complejo conjunto de acciones que involucran la función motora, el procesamiento visual y auditivo, los conocimientos lingüísticos verbales y mucho más. De esta forma, cuando aprendemos algo nuevo y sobre todo, al principio, la nueva habilidad puede experimentarse como rígida, pero a medida que la practicamos, vamos dominándola mejor. Esta capacidad nos asegura en la práctica clínica la posibilidad de modificar tanto estados de ánimos ansiosos como depresivos, en otros procesos.
Además, las últimas investigaciones científicas de vanguardia está mostrando que la genética tiene la misma plasticidad que el cerebro. Los genes son como interruptores, y dependiendo del estado químico de nuestro cuerpo, algunos están encendidos y otros apagados. Este fenómeno se conoce como epigenética.
Cada vez que pensamos fabricamos sustancias químicas, las cuales actúan a modo de señal para permitir sentir cómo estamos pensando. Estas sustancias nos permiten cambiar nuestro estado de ánimo de forma automática. Así, si tenemos pensamientos negativos e infelices, al cabo de unos segundos nos sentiremos así.
El problema de todo esto es que nuestros pensamientos y emociones se retroalimentan y en cuanto empezamos a sentirnos según como pensamos, también comenzaremos a pensar de la forma en que sentimos. Por lo tanto, si tenemos un pensamiento de tristeza y comenzamos a sentirnos tristes podemos acabar cayendo en estados muy desagradables.
“Es preciso sacudir enérgicamente el bosque de las neuronas cerebrales adormecidas; es menester hacerlas vibrar con la emoción de lo nuevo e infundirles nobles y elevadas inquietudes”.
-Santiago Ramón y Cajal
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